El síndrome del intestino permeable hace referencia a una condición en la cual la barrera epitelial intestinal se encuentra alterada, permitiendo el paso excesivo de microorganismos, toxinas y otras moléculas potencialmente perjudiciales al torrente sanguíneo [3]. Esta barrera intestinal está compuesta por células epiteliales fuertemente unidas por proteínas de unión estrecha como las tight junctions (ocludina, claudinas y zonulina), las cuales impiden, en condiciones normales, un tráfico descontrolado de sustancias del lumen intestinal al interior del organismo [4].
Diversos factores pueden desencadenar o exacerbar el síndrome del intestino permeable: cambios en la microbiota intestinal (disbiosis), estrés crónico, dietas ricas en grasas saturadas y azúcares, consumo excesivo de alcohol, infecciones crónicas y la exposición constante a toxinas ambientales [5]. Además, se ha sugerido que la zonulina, una proteína reguladora de las uniones estrechas, juega un papel crucial en la modulación de esta permeabilidad, pudiendo incrementarse en presencia de ciertos estímulos (por ejemplo, gliadina en individuos susceptibles), con la consecuente disrupción de la barrera epitelial [6].
Barrera intestinal y mecanismos de permeabilidad
La barrera intestinal cumple una función clave al permitir la absorción selectiva de nutrientes y electrolitos, a la vez que restringe la entrada de patógenos y macromoléculas indeseadas [7]. Este filtro dual actúa no solo de forma física, sino también inmunológica. En el epitelio intestinal residen células inmunitarias (linfocitos intraepiteliales) y moléculas antimicrobianas (péptidos antimicrobianos), mientras que en la lámina propia se ubican células dendríticas y macrófagos que actúan como primera línea de defensa [8].
Cuando la arquitectura de la barrera epitelial se ve comprometida, los fenómenos de permeabilidad paracelular (entre las células) y transcelular (a través de las células) se intensifican. Esto propicia la entrada de endotoxinas (como el lipopolisacárido, LPS), proteínas alimentarias mal digeridas y bacterias que, en condiciones fisiológicas, no deberían acceder a la circulación sanguínea [9]. La exposición sistémica a estas sustancias puede conducir a reacciones inflamatorias que, si se cronifican, afectan no solo a la mucosa intestinal, sino a otros órganos y sistemas corporales.