Conforme esta respuesta inflamatoria se intensifica, se genera un círculo vicioso. Por un lado, las citocinas circulantes pueden aumentar aún más la permeabilidad intestinal, perpetuando la translocación de bacterias y moléculas antigénicas. Por otro lado, la presencia continua de agentes inmunoestimulantes en la circulación puede contribuir al agotamiento o hiperestimulación de las células inmunes, dañando órganos vulnerables como el hígado, riñones, pulmones y corazón [16]. En casos críticos, esto podría evolucionar hacia un cuadro de sepsis o shock séptico, condición que conlleva un riesgo significativo de fallo multiorgánico.
Efectos sistémicos y fallo multiorgánico
El fallo multiorgánico es la culminación de una serie de procesos patológicos iniciados por la inflamación sistémica descontrolada. Cuando la endotoxemia (exceso de LPS en sangre) y la liberación de otras toxinas microbianas se intensifican, la capacidad del organismo para mantener la homeostasis se ve seriamente comprometida [17]. El hígado puede desarrollar lesiones inflamatorias (hepatitis aguda) y desequilibrios metabólicos que derivan en insuficiencia hepática; el riñón, enfrentado a los efectos de la presión arterial inestable y la acción de citocinas, puede desembocar en insuficiencia renal aguda [18]. Del mismo modo, el daño pulmonar (síndrome de dificultad respiratoria aguda, SDRA) y la disfunción cardíaca son eventos posibles en este escenario.
En condiciones crónicas de inflamación de bajo grado, algunos pacientes pueden no exhibir un cuadro tan agudo como la sepsis, pero sí van acumulando daño progresivo en múltiples sistemas, lo que favorece la aparición de enfermedades cardiovasculares, trastornos metabólicos y complicaciones autoinmunes. Este daño silente puede, con el tiempo, evolucionar hasta estadios irreversibles de disfunción orgánica parcial o total, muy difíciles de revertir sin una intervención multidisciplinaria eficaz y oportuna [19].