3. Exposición a la luz solar
La exposición a la luz solar es nuestra principal fuente de obtención de vitamina D [48]. Aunque la luz solar en sí no nos proporciona la vitamina D, sí interactúa con una forma de colesterol que tenemos en la piel, produciéndose una reacción bioquímica en la que se forma susodicha vitamina [49]. Y sabemos que ésta no es una vitamina como cualquier otra, sino que en su forma activa es una hormona esteroidea, que tiene receptores específicos en prácticamente todo el cuerpo, lo que señala su papel crucial en el correcto funcionamiento de los distintos sistema biológicos [50].
Los bajos niveles de vitamina D nunca pasan desapercibidos; siempre generan algún síntoma [51]. Uno no puede alcanzar un estado de bienestar con deficiencia de esta hormona, porque no solo facilita la absorción de calcio y fósforo, fundamentales para la mineralización adecuada de los huesos [52], sino que además modula respuestas inmunitarias, ayudando a prevenir enfermedades autoinmunes e infecciones [53], y regula los niveles de insulina y puede contribuir a la prevención de diabetes tipo 2 [54]. Asimismo, tiene efectos neuroprotectores y está relacionada con la salud mental [55], y se asocia con mecanismos que pueden reducir el riesgo de ciertos tipos de cáncer [56].
Toda enfermedad está acompañada de inflamación [57]. La inflamación es la principal característica común de todas las enfermedades. Pues bien, la vitamina D puede controlar la inflamación del cuerpo. ¿Cómo lo hace? Controlando el sistema inmune a través de varios mecanismos: