El estrés oxidativo no es inherentemente malo en todas sus formas, ya que nuestro cuerpo utiliza radicales libres para funciones específicas, como la defensa inmune (las células fagocíticas generan radicales libres para destruir patógenos). Sin embargo, cuando su producción es excesiva o la defensa antioxidante endógena no es suficiente, el daño celular se vuelve significativo. El estrés oxidativo puede provocar la peroxidación de lípidos de membrana, la modificación de proteínas y alteraciones en el ADN [17].

¿Cómo ayuda el grounding en el control de los radicales libres?

El grounding aporta electrones libres que pueden unirse a los radicales libres, ayudando a estabilizarlos sin necesidad de sustraer electrones de moléculas esenciales en el organismo, como lípidos de membrana o proteínas. Al enlazarse con estos radicales, los electrones provenientes del contacto con la Tierra ayudan a neutralizarlos, reduciendo así la cascada de daños provocados por el estrés oxidativo [18].

Este mecanismo de acción podría añadir una capa adicional de protección antioxidante a nuestro cuerpo, complementando la actividad de enzimas naturales como la superóxido dismutasa (SOD), catalasa y glutatión peroxidasa, así como la influencia de compuestos antioxidantes provenientes de la dieta (vitaminas A, C, E, polifenoles, etc.). De ahí que muchos investigadores sugieran que el grounding actúa como un “antioxidante natural” que potencia la capacidad del organismo de lidiar con la carga oxidativa diaria [19].

Evidencia y estudios científicos

Aunque la evidencia disponible aún se considera emergente y requiere mayor profundización, existen estudios que han encontrado correlaciones significativas entre la práctica de grounding y la mejora de marcadores de inflamación y estrés oxidativo [3]. Algunos ensayos clínicos controlados reportan reducción en niveles de dolor y mejoras en indicadores del sistema inmune, lo cual refuerza la hipótesis de que el grounding contribuye a una respuesta homeostática más eficiente [20].