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1. Introducción

En la compleja red de la bioquímica celular, pocas moléculas han despertado tanto interés como el Nicotinamida Adenina Dinucleótido (NAD). Presente en prácticamente todos los organismos vivos —desde bacterias hasta seres humanos—, esta coenzima es un pilar indispensable de la vida. A diferencia de otras moléculas más “especializadas”, el NAD ejerce funciones transversales en el metabolismo energético, la reparación del material genético, la señalización intracelular y la regulación de la longevidad [1].

Su importancia puede resumirse en una afirmación contundente: sin NAD, no hay vida. Cada célula de nuestro cuerpo depende de él para obtener energía en forma de ATP, reparar el ADN dañado, defenderse del estrés oxidativo y modular la respuesta inmunológica. No es, por tanto, una molécula accesoria, sino un verdadero regulador maestro de la biología celular [2].

En las últimas dos décadas, el NAD ha pasado de ser considerado un mero “cofactor metabólico” a ocupar un lugar central en la investigación médica. Esto se debe a dos hallazgos fundamentales:

  1. Los niveles de NAD disminuyen progresivamente con la edad. Esta reducción está asociada con el deterioro celular, el envejecimiento y la aparición de enfermedades crónicas.